Ministerio Reyes y Sacerdotes.

jueves, 12 de marzo de 2015

Reflexiones acerca de la adoración verdadera.


Un músico toca un instrumento.  Un adorador toca el corazón de Dios.

La verdadera adoración es vivir una vida absolutamente centrada en Dios, obedecerle, hacer Su Voluntad en todo, que todo lo que hagamos sea para agradarlo a Él, tener un corazón agradecido hacia Él todo el tiempo.  Es hacia ella que necesitamos tender todo el tiempo, es crecer en ello lo que necesita ser nuestro enfoque primordial de vida (Jn 4:23-24).

Aunque la adoración incluye el canto y la música, ni solo ellos son adoración, ni todo lo que cantamos y tocamos lo es.

La adoración es buscar a nuestro Dios y Padre en toda Su gloria, en toda Su esencia.  No es buscar sus bendiciones (que vendrán por añadidura) sino buscar Su Persona (Amo 5:4).

Adoración es darle a nuestro Dios y Padre la prioridad en todo lo que hacemos. (Col 3:22-24).

Adoración es obedecerle a Dios en todo momento y en toda circunstancia (1 Ped 1:13-18).

Adoración es estar agradecido con Dios todo el tiempo y por todas las cosas porque todo obra para bien de los que le amamos (Rom 8:28-29).

Adoración es hacer la voluntad de Dios en todo (Mat 7:21).

La adoración es cambiar el eje de mi vida de lo que quiero a lo que Dios quiere.  Es quitar mis ojos de mi y ponerlos en Él en toda circunstancia (Jn 3:30).

La adoración es un proceso gradual de crecimiento de morir a mi mismo para que Él, real, genuina y verdaderamente viva y se manifieste en mi (Jn 3:30).

No hay servicio más alto o importante que podamos hacer por Dios que adorarle (Jn 4:23-24) en la hermosura de Su Santidad (Sal 29.2).

La más alta o importante ocupación que el ser humano puede tener en su vida es cumplir el deseo y la voluntad de Dios en todo; ello es adoración (Jn 4:23-24).

La meta más alta o importante en la vida de cada ser humano es la de pasar de la adoración ocasional a la adoración permanente, de la adoración intermitente a la permanente (Jn 4:23-24).

La adoración es quitar mi mirada de lo terrenal y temporal y ponerla en lo celestial y eterno, en mi Dios y Padre (Col 3:2).

Adoración es ver lo circunstancial, lo temporal, lo terrenal, a través de los ojos de Dios (Heb 11:1, Heb 11:3, 1 Cor 13:4-8).

Adoración es decirle a Dios, no lo que yo quiero, sino preguntarle a Él lo que Él quiere que yo haga (Hch 9:6).

La cantidad, calidad e intensidad de mi adoración refleja la cantidad, calidad e intensidad de mi relación con mi Padre y mi convicción acerca de mi destino final.

Si la eternidad no es mi perspectiva final para todas las cosas (o la mayoría por lo menos) aún soy terrenal (mayoritariamente).  Necesito seguir muriendo a mi mismo contantemente (Jn 3:30, Col 3:2, Mat 16:24).

Ser salvo y ser un adorador no es lo mismo.  El salvo ha tenido un encuentro con la gracia y la misericordia de Dios; el adorador ha tenido un encuentro con el Dios de la gracia y la misericordia.

Un adorador ve a Dios en medio de todas las circunstancias de su vida.

La adoración es un encuentro con la majestuosa presencia de nuestro Dios y Padre.

Hoy el interés es más el de adorar a Dios a nuestra manera (emocionalismo) en lugar de la manera como Él quiere que le adoremos (obediencia) (Prov 16:25, Prov 3:5-8).

Los juicios de Dios a Israel y Judá que os describen los profetas fueron porque su adoración era incorrecta: era ritualmente correcta pero sin la actitud del corazón y de vida adecuada (procurar la obediencia siempre, en todo) (Prov 16:25).

Obediencia es adoración, no asistencia, ni ritualismo, ni forma, ni emoción.  "Porque me dicen Señor (o me adoran como Señor) y no me obedecen_" (Luc 6:46, Mat 7:24-27).

La verdadera adoración se refleja en un estilo de vida permanente, 24 horas al día, que agrada a Dios La verdadera adoración es una vida consagrada al máximo al Señor, que todo lo hace para El, en obediencia a El, en todo tiempo, en todo lugar (Jn 4:23, Col 3:22-24).       

Música y/o canto puede hacer cualquier persona con un poco de talento, pero adoración solo aquellos cuyo corazón está arrepentido y humillado delante de Dios y le aman y agradecen con todo su corazón. Y fuimos llamados a ser adoradores, no a hacer música ni canciones.       

La alabanza es el reconocimiento agradecido a Dios por lo que El hace, en tanto que la adoración es el reconocimiento que le damos a El por quién El es, y como resultado de ello, cuando la adoración es genuina, desemboca en una rendición y consagración total a El en todas las áreas de la vida y en todos los instantes.       

Sin un corazón agradecido no puede haber verdadera alabanza ni verdadera adoración.       
Alabar y adorar es nuestro supremo lenguaje de amor a Dios.       

Hay dos tipos de alabanza y adoración: la que hacemos eventualmente, y la que se convierte en un estilo de vida continuo (Su alabanza estará de continuo en mi boca, en todo tiempo alabaré a Jehová, Sal 34:1, Jn 4:23).

Las maravillas de la naturaleza que nos rodean (clima, geografía, flora, fauna, etc.), deberían precipitar nuestra alabanza al Dios Todopoderoso que la diseño e hizo para nosotros, y que además de ello, es nuestro Padre.

Nuestro trabajo es alabar a Dios, no a nosotros mismos.

El poder de Dios es razón más que suficiente para alabarlo.

Nuestro objetivo en la vida: honrar a Jesucristo en todo lo que hacemos.  Ello es lo mismo que ser un adorador en Espíritu y en Verdad: en todo tiempo y lugar.

  • Exo 19:6: “Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa.”
  • Jn 4:23: “Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en Espíritu y en Verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.”
  • Sal 37:4.  “Deléitate en Jehová y El te concederá las peticiones de tu corazón.”

Ninguna persona tiene la capacidad de llevarnos a la presencia de Dios, solo la Sangre de Cristo.  Démosle la gloria a Quién le pertenece (del muro de Doris Caballeros).


miércoles, 14 de abril de 2010

Una carta especial para tí.

Hijo mío.

Es probable que no me conozcas, pero Yo te conozco perfectamente bien. Sé cuando te sientas y cuando te levantas; todos tus caminos me son conocidos; aún tus cabellos los tengo todos contados. Antes de que fueras formado en el vientre de tu madre te conocí y en Mi vives, te mueves y eres.

Fuiste predestinado conforme a Mi propósito. Tu nacimiento no fue un error, pues en Mi libro estaban escritos todos tus días sin faltar ninguno de ellos. Yo determiné el momento exacto de tu nacimiento y donde vivirías. Tu creación fue maravillosa.

He sido mal representado por aquellos que no Me conoce, que te han hecho creer que pudiera estar enojado o distante de ti. Eso nunca podrá ser porque Soy la manifestación perfecta del amor y deseo derramar Mi amor sobre ti, simplemente por el hecho de que eres Mi hijo y Yo soy tu Padre y Mis pensamientos sobre ti se multiplican más que la arena en la orilla del mar. Me regocijo en ti con cánticos, y nunca dejaré de hacerte bien porque tú eres Mi especial tesoro y deseo afirmarte con todo Mi corazón y de toda Mi alma y te quiero enseñar cosas grandes y ocultas que tú no conoces.

Te ofrezco mucho más de lo que te podría dar tu padre terrenal porque soy el Padre perfecto. Toda buena dádiva que recibes viene de Mí, porque Yo soy tu proveedor que suple todas tus necesidades.

Mis planes para tu futuro son planes de bien y de paz, están llenos de esperanza, porque Te amo con amor eterno.

Si Me buscas de todo corazón me hallarás. Deléitate en Mí y te concederé las peticiones de tu corazón, porque Yo produzco tus deseos y puedo hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pides o entiendes.

Yo soy quién más te alienta, Soy también el Padre que te consuela en todos tus problemas; cuando tu corazón está quebrantado Yo estoy cerca de ti. Como el pastor lleva en sus brazos a un cordero, Yo te llevo cerca de mi corazón. Un día enjugaré toda lágrima de tus ojos y quitaré todo el dolor que has sufrido en tu vida.

Yo soy tu Padre, y te amó como a Mi hijo, Jesucristo. Te he dado a conocer Mi amor en Jesús, que es la imagen misma de Mí y que vino a demostrar que Yo estoy por ti y no contra ti y decirte que no tomaré en cuenta tus pecados porque Jesús murió para reconciliarnos. Su muerte fue Mi máxima expresión de amor por ti.

Si recibes el regalo de Mi Hijo Jesucristo, me recibes a mí, y nada te podrá volver a separar de Mi amor. Vuelve a casa y participa de la fiesta más grande que el Cielo ha celebrado.

Siempre he sido y por siempre seré tu Padre. Te espero.

Con Amor, tu Padre, Dios Todopoderoso.


Sal 139:1-3, 139:13-18, Mat 10:29-31, Jer 1:4-5, Hch 17:16-28, Efe 1:11-12, Jn 8:41-44, 1 Jn 4:16, 1 Jn 3:1, Mat 7:11, Mat 5:48, Sant 1.17, Mat 6:31-33, Jer 29:11, Jer 31:3, Sof 3:17, Jer 32:40-41, Jer 33:3, Exo 19:5, Deut 4:29, Sal 37:4, Fil 2:13, Efe 3:20, 2 Tes 2:16-17, 2 Cor 1:3-4, Sal 34:18, Isa 40:11, Apo 21:3-4, Jn 17:23, Jn 3:16, Jn 17:26, Heb 1:3, Jn 14:6-9, Rom 8:31, 2 Cor 5:18-19, 1 Jn 4:10, 1 Jn 2:23, Rom 8:38-39, Luc 15:7, Efe 3:14-15, Luc 15:11-32.

Cristianismo y responsabilidad social.

No solo estamos llamados a buscar nuestra salvación y la de nuestro prójimo, sino también a ser instrumentos de Dios en la transformación de nuestra nación (Prov 11:10-11, 2 Cro 7:14, Rom 8:19-21). ¿Qué estamos haciendo para cumplir con ese propósito que nos ha dado nuestro Padre como co-herederos con Cristo de ella?

El escapismo respecto a los problemas que afectan a nuestra nación no es una función de la Iglesia ni es agradable delante de Dios (el juicio de las naciones, Mat 25:31-46). Somos la respuesta de Dios no solo para la salvación de las personas, sino también para la transformación de nuestras naciones (Mat 5:13-16, Mat 13:33). Preparémonos para ello, orando, pero también, como consecuencia de la oración y la fe, buscando las soluciones y las respuestas de Dios a esos problemas (Mat 7:7).

Pensamientos acerca del éxito genuino.

El éxito genuino no se mide ni por las posiciones ni por las posesiones (Mat 23:12, Luc 12.15-21). Se mide por cuanta gente te sonríe, amas, te recordará cuando te haya ido, ayudas, evitas lastimar, perdonas. De si tus logros no hieren a los demás. De si usaste tu corazón tanto como tu cabeza, si fuiste egoísta o generoso, arrogante o humilde, soberbio o considerado, exigente o tolerante (Mar 10:42-45, Prov 10:7).

El poder genuino no se trata de a cuantas gentes controlas, manejas o convocas. Se trata de a cuantas gentes sirves, escuchas, consuelas, ayudas, animas (Mar 10:42-45, Hch 1:8).

El verdadero éxito y poder es acerca de tu bondad, tu deseo de servir, tu capacidad de escuchar y tu carácter y conducta. De ser más, no de tener más. Se trata de justicia, bienestar y bien tener (Mat 7:21-23, Apo 3:14-17).

Exitoso no es el que tiene mucho sino el que ama mucho (Mat 22:36-40).

Exitoso no es el que tiene muchos seguidores (por ejemplo, Hitler), sino el que los sirve (Mat 10:42-45).

El éxito comienza con las actitudes del corazón, no con la imagen externa (Prov 4:23).

Una persona exitosa no es la que tiene mucho (conocimientos, bienes, seguidores, comodidad, etc.). Una persona exitosa es la que hace la voluntad de Dios (Mat 7:21-23).

Pensamientos acerca del cristianismo: un estilo de vida.

Seguid la paz con todos (no la competencia) y la santidad (no el “éxito”, ni el bienestar económico, ni la comodidad, ni el materialismo) sin la cual nadie verá al Señor (Heb 12:14).

Jesús no viene por la iglesia sino por una iglesia pura, limpia, sin mancha y sin arruga (Efe 5:27).

Ser cristiano no es una etiqueta, una afiliación o una membresia (Hch 11:26). Es un estilo de vida que surge de un corazón redimido, regenerado y renovado (Tit 3:5) por una relación constante (no dominguera) con el Redentor.

En el Ministerio, y en la vida del cristiano en general, Dios espera frutos espirituales (Gal 5:22-23), no obras religiosas; frutos del corazón, no obras externas; cambios internos, no externos solamente (Mat 7:21-23, Rom 8.29).

Las advertencias son una expresión de amor; las amenazas son una expresión de control (Deut 30:19-20). Dios no amenaza; solo nos advierte. Por ninguna razón amenacemos (Efe 6:9).

La amabilidad y las sonrisas son regalos que cualquiera puede dar y que todos necesitamos. Seamos regalados para prodigarlas (Tit 3:2).

La mejor manera de conocer lo que Dios quiere que hagamos es diciéndole “lo haré” (Ecle 9:10, Mat 14:13-21).

El contentamiento viene cuando la voluntad de Dios es más importante que nuestros deseos (Mat 26:42, Heb 12:2, Fil 2:5-11).

Insultar a la criatura es insultar al Creador de esa criatura. Maltratar la creación de Dios es ofender a Su Creador (Rom 11:36, Efe 4:29). Todo lo que Dios hizo es bueno y bueno en gran manera (Gen 1:31) y de El viene toda buena dádiva y todo regalo perfecto (Sant 1:17). Si hay algo que está mal, esa es obra del diablo, que trata de torcer lo que Dios hace bueno y de los seres humanos que ayudamos a arruinar lo que Dios creo bueno y hermoso. No colaboremos en esa tarea.

Muchos de los fracasos en la vida le sucede a gente que no se da cuenta lo cerca que estaban del éxito cuando se dieron por vencidos. No te rindas. El justo cae y se vuelve a levantar (Prov 24:16) porque Dios no lo deja caído para siempre (Sal 55:22).

Es mejor buscar la aprobación de Dios (el carácter, el fruto del Espíritu) que el respaldo (los dones) (Mat 7:21-23). Los dones sin el carácter pueden terminar en una falsa confianza que nos va a ocasionar problemas.

Dios no mide nuestras vidas por lo que ganamos, conocemos, tenemos, controlamos, etc. Dios la mide por lo que damos, compartimos, somos y servimos.

Pensamientos acerca de la Paternidad de Dios.

El propósito de Dios (que es Padre) fue establecer una familia de hijos (Jn 1.12), no un equipo de sirvientes (Jn 15:15); un Reino de hijos, no de súbditos; establecer relaciones, no religiones (ritos, cultos, fórmulas, etc.).

El Evangelio son las buenas noticias de Papá enviadas a sus hijos e hijas alejados de El por sus propias malas decisiones, de que pueden volver a casa como hijos e hijas plenos. Apúrate a regresar a casa, tu Papá te está esperando con los brazos abiertos y el corazón anhelante (Luc 15:11-31).

Jesús vino para mostrarnos la más grande revelación de Dios: el Padre. El no vino a revelarse a sí mismo. El nos enseñó que la relación que tenemos con Dios es la de Padre-hijos. Dios es Su profesión y actividad. Padre es la relación que tiene con nosotros. El nos llama para ser hijos porque El es Padre (Jn 1:12, Rom 8:14-16).

El anhelo del corazón de Dios no es que le llamemos solamente Dios, sino Padre: “Yo me dije a mí mismo: “Los trataré como a mis hijos, les daré una tierra agradable, la tierra más apreciada entre todas las naciones”. Pensé que tú me llamarías “Padre mío” y que nunca me abandonarías,” (Jer 3:19; Palabra de Dios para todos).

Jesús dijo: “Yo soy el camino…, nadie viene al Padre sino por mí” (Jn 14:6). Jesús es el camino pero el lugar de llegada, la meta, es el Padre. Por ello Pablo oraba por los efesios, que ya se habían convertido a Cristo y ya tenían a Cristo en su corazón: “para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él,” (Efe 1:17).

Pensamientos acerca del ministerio.

Lo más importante en el ministerio no es el ministerio, los dones, las habilidades, los edificios, los recursos. Lo más importante son las personas y su bienestar (Jn 10:10, Luc 4:18-19).

Para un ministerio eficaz es indispensable que tengamos un corazón sano, porque el Ministerio de Cristo es sanar los corazones (Luc 4:18-19, Isa 61:1-10), y no podemos dar lo que no tenemos. Los celos, la envidia, la murmuración, la crítica, la competencia, etc., son evidencias de un corazón que no está sano.

La victoria espiritual sólo viene para aquellos que están preparados para la batalla (2 Tim 2:1-6, Efe 6:10.20).

No hay miembro sin importancia en el Cuerpo de Cristo. Dios nos ha equipado y tiene trabajo para todos Sus hijos sin importar su edad o su capacidad (1 Cor 12:4-7, 1 Ped 4:10).

En el Ministerio, y en la vida del cristiano en general, Dios espera frutos espirituales (Gal 5:22-23), no obras religiosas; frutos del corazón, no obras externas; cambios internos, no externos solamente (Mat 7:21-23, Rom 8.29).

Muchos de los fracasos en la vida le sucede a gente que no se da cuenta lo cerca que estaban del éxito cuando se dieron por vencidos. No te rindas. El justo cae y se vuelve a levantar (Prov 24:16) porque Dios no lo deja caído para siempre (Sal 55:22).

La mejor manera de conocer lo que Dios quiere que hagamos es diciéndole “lo haré” (Ecle 9:10, Mat 14:13-21).

Pensamientos acerca de la sanidad del alma y el perdón.

El dolor, la falta de perdón, el rencor, la amargura, los celos, la envidia, la sed de venganza y cosas parecidas a estas con como las granadas de mano. Hay que tirarlas muy lejos antes de que te destruyan (Heb 12.14-15).

Perdonar es soltarme del pasado que me ata y no me deja avanzar hacia el cumplimiento de los planes que Dios tiene para mi (Jer 29.11). No perdonar es renunciar al cumplimiento de los planes de Dios para mi (Luc 9:62). Perdonemos, dejemos atrás el pasado y vayamos hacia adelante, hacia el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo (Fil 3:14).

Podemos dejar de perdonar a los demás cuando Cristo deje de perdonarnos (1 Jn 1:9, Efe 4:32).

Un corazón lastimado, adolorido, amargado, resentido, nos deja cautivos de los recuerdos y sentimientos negativos del pasado, sin capacidad para ver el futuro (Heb 12.15). Pero no tiene que ser así. Podemos liberarnos de todo ello mediante el perdón. Perdona como fuimos perdonados por Cristo (Efe 4:32, Rom 5:5).

Un corazón lastimado, al recibir poder, lo rechaza o lo toma y abusa de él como sucedió con Saúl. Al principio lo rechazó (1 Sam 10:21-22), y después abusó de él (1 Sam 13:9-13, 1 Sam 18:9-12). Por ello no podemos ir al ministerio con un corazón lastimado (rechazo, dolor, resentimiento, falta de perdón), porque podemos abusar de aquellos a los que debiéramos ayudar a encontrar su sanidad en Dios (2 Tim 3:1-5).

Cuando Dios sana nuestros corazones, nos libera de la deuda que pudiéramos tener con El y con el pasado (2 Cor 5:17, Sal 103:10-14).. El restituirá los años que se comió el saltón, el revoltón, la langosta (Joel 2:25).

Cuando Dios sana nuestro corazón dejamos de preocuparnos por lo que los demás puedan pensar de nosotros, y comenzamos a ocuparnos de lo que podemos hacer para bendecirlos (Gen 12.1-3), apasionados por aquello para lo cual El nos creó (Efe 2:10).

Dios comienza su obra liberándonos y restaurándonos el corazón (Luc 4:18, Ezeq 11:19). Cuando Dios lo restaura y lo transforma desata todo el potencial que El mismo ha dejado dentro de nosotros (Hch 1:8).

Dios no se agrada de los quejosos (Num 17:5, Num 17:10). El envió a Cristo para que tuviéramos vida y vida en abundancia (Jn 10:10), no una vida de quejas. No te quejes, mejor alaba a Dios, recuerda todos sus beneficios (Sal 103:1-5), interrumpe la fiesta de lamentos en la que puedes estar viviendo, suelta tu pasado y confía en El.

Evangelismo y discipulado.

En el ministerio terrenal del Señor Jesucristo, las personas que lo escucharon captaron con claridad las expectativas de lo que podían recibir de Jesús; pero también captaron con igual claridad LAS EXPECTATIVAS de lo que Jesús esperaba de ellos, así que si una de ellas decidía recibirlo, tenía que estar consciente de lo que Jesús esperaba de ella, tanto como de las bendiciones que podía gozar al convertirse en un seguidor de Jesús. Mat 6.33 lo deja muy en claro: busca el Reino de Dios y su justicia (Señorío, obediencia, Autoridad), y todo lo demás nos vendrá por añadidura.

El creyente seguirá siendo solo creyente si se estanca en el nivel salvífico de la Gracia obteniendo solo el nivel básico de la bendición de Dios (El suplirá todas sus NECESIDADES conforme a Sus riquezas en gloria) y cumpliendo Sus planes y Sus propósitos también solo en un nivel básico; pero si se convierte en discípulo, al abrazar también la verdad, entrará en otro nivel de bendición (Hijo, yo deseo que tú seas PROSPERADO EN TODAS LAS COSAS y tengas SALUD, así como prospera tu alma). Esto implica un compromiso. Hoy, muchos quieren la bendición de la salvación sin el compromiso del discipulado, sin entender a cabalidad Rom 10:8-10: necesitamos el compromiso de aceptar el Señorío de Cristo sobre nosotros para ser salvos (no hay salvación sin señorío).

Uno de los problemas que enfrentamos en la Iglesia de Cristo en el tiempo presente, es no tener claro (o no querer tener claro) el concepto del Señorío de Jesucristo y la posición tan excelsa en que Dios lo ha colocado (¡Siéntate a mí diestra!) y lo que de ello deriva: la conciencia del Reino de Dios; el concepto de nación de Dios; el orden de gobierno de Dios, la obediencia; el discipulado; la unidad, la santidad, la justicia de Dios; la función sacerdotal en la alabanza, adoración e intercesión; y, en muchos casos, la falta de revelación de Su Palabra, que lleva a la persona a echar mano del recurso de la sabiduría terrenal, convirtiéndola en dogma y haciendo inoperante al Espíritu Santo para que manifieste en el carácter del creyente el fruto del Espíritu, y opere los dones en el Cuerpo.

Algunos ministerios hoy en día están poniendo el énfasis solamente en la “multiplicación”, olvidándose de la formación del creyente y del vínculo del discipulado. Esto es debido al sobre-énfasis que se ha puesto en Mar 16:15 (“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”), que ha determinado la interpretación de Mat 28:18-20, de ir y hacer discípulos. Ese sobre-énfasis, ha llevado a hacer equivalente el ser salvo con ser discípulo, lo cual es totalmente equivocado a la luz de la Palabra.

En todos los mensajes de Jesús, pero principalmente en la Gran Comisión, El deja muy en claro su Autoridad, que se establece cuando se desarrolla Su Señorío en nuestra vida para lo cual estableció el discipulado. La claridad de esta Autoridad se diluye mucho al establecer la base de nuestra predicación principalmente sobre Mar 16:15 en lugar de sobre el Señorío de Cristo y Mat 28.18-20.

Igualmente, al enfatizar en Mar 16:15 se diluye la orden de ENSEÑAR todas las cosas que Jesús mandó (esto implica en el creyente, el equilibrio entre LA GRACIA Y LA VERDAD, Jn 1:17).
La predicación del evangelio bajo el concepto de Mat 28:18-20, contribuye a darle a la Iglesia el enfoque en la edificación del reino de Dios en la vida de las personas, sus familias y todas sus actividades, así como en la creación de la infraestructura para ello, proveyendo al creyente de una cobertura total en todos los aspectos y actividades, no solo en lo eclesiástico.

En cambio, bajo la limitación que implica para la Iglesia el sobre-énfasis en Mar 16 y el error interpretativo del discipulado que se deriva de esa óptica, podemos convertir la iglesia en “reunión congregacional”, o una especie de culto religioso y/o club social, muy alejadas del concepto del reino de Dios.

El entendimiento y el enfoque de la iglesia en el Reino de Dios nos pone en la perspectiva correcta para poder apreciar en su verdadera dimensión las Escrituras (Antiguo y Nuevo Testamento), el diseño divino de la Iglesia, el cristianismo como un estilo de vida, la importancia de la formación del carácter del creyente y el discipulado, el servicio, el ministerio y la operación de los dones y, además de otras muchas otras cosas, el ministerio profético y apostólico de la Iglesia.

viernes, 9 de abril de 2010

La división en las Iglesias.

Estas notas son un resumen, con mis comentarios y agregados, del folleto "Las divisiones en la Iglesia" del Apóstol Norman Parish


Las divisiones no son nada nuevo en la Iglesia Cristiana, aunque también es evidente que a medida que se acerque la Segunda Venida de Cristo van a ir en aumento.
La Iglesia del primer siglo tuvo que enfrentar la amenaza y la posibilidad de un cisma por las siguientes razones:
UNO. Económicas y raciales: la distribución de la ayuda a las viudas griegas (Hch 6:1-7).
DOS. Doctrinales: la circuncisión y la observancia de la ley (Hch 15:1-21).
TRES. Personales: la preferencia por ciertos líderes de renombre (1 Cor 1:10-13, 3:1-8).
Gracias a Dios, en la mayoría de los casos, la Iglesia tuvo la suficiente sabiduría, humildad y paciencia para enfrentar estos conatos de división y resolverlos, antes que dañaran irreparablemente la buena imagen del Evangelio en el mundo.

La primera rebelión y división ocurrió en los mismos cielos, cuando Lucifer, un ser angelical, no quiso sujetarse a Dios, su Creador, sino que se levantó contra El e intentó ser semejante a El (Isa 14:12-15). En su intento (por cierto vano), logró persuadir a una tercera parte de los ángeles para que se unieran a su rebelión (Apo 12:4). Como resultado de ello, todos fueron arrojados del cielo (Isa 14:15, Ezeq 28.16), convirtiéndose, uno, en satanás (enemigo declarado de Dios y Su pueblo --Mat 13.39, 1 Ped 5:8-- y el autor final de toda rebelión y división, y los demás en demonios.

Debido a esa enemistad declarada, y en su deseo de vengarse de Dios, ellos hoy atacan con seducción y saña al pueblo del Señor en la tierra para crear divisiones con el fin de debilitar, desprestigiar y destruír la obra del Señor en la tierra.

En las "matemáticas espirituales", el Espíritu Santo siempre suma o añade (Hch 2:41-47) y multiplica (Hch 6:7, Hch 9:31). En cambio, satanás resta, detrae (2 Cor 12.20, 1 Ped 2:1) y divide (Rom 16:17, Jud 19). Por eso, nunca debemos prestarnos a liderear o ser cómplices de una acción tan reprobable como es la de provocar una separación o división en el pueblo de Dios (Rom 1:32).

La Palabra de Dios nos enseña que en muchos casos es preciso que ocurran divisiones dentro del seno de la Iglesia (1 Cor 11.18-19, 30-32) para que se haga manifiesto quienes son las personas que sirven a Dios con corazón puro y quienes no. En una división, todas las personas involucradas están bajo observación y prueba de parte del Señor. Lastimosamente, muchos fallan la prueba, dejándose arrastrar y dominar por sus ambiciones, pensamientos, sentimientos, caprichos, amarguras, y demás problemas del corazón (el hombre natural, 1 Cor 3.3), y aunque aduzcan hacerlo en el nombre de la "sana doctrina", por "amor a Dios", etc., en la práctica no les importa el efecto que pueda tener sobre la obra de Cristo en general, sobre el mundo inconverso que nos está viendo con ojos escudriñadores, y sobre las mismas personas involucradas.

No hay ningún motivo, razón o circunstancia que justifique la división, porque, como ya mencionamos antes, la división siempre, sin excepción, es una obra del diablo, no de Dios, por lo que no se justifica entre personas que se dicen creyentes. En todo caso, la forma de resolver el asunto debería ser la de perdonar y salir callada la boca, sin buscar adeptos. No tenemos que estar de acuerdo en todo, pero tenemos que mantener siempre la unidad.

Lamentablemente, la separación entre hermanos en Cristo no siempre es cordial o amigable, como debería ser de acuerdo a los parámetros establecidos en la Palabra de Dios, sino que en muchos casos se da lugar a la carne, soliviantada por espíritus inmundos que satanás envía para promover esas divisiones (espíritus religiosos, de legalismo, misticismo, dogmatismo, sectarismo, divisionismo, etc.). Para alcanzar el fin deseado en muchas ocasiones (si no es que casi siempre) se usan armas carnales (2 Cor 10.4) que la Biblia repudia y condena (mentira, intriga, seducción, amenaza, coacción, manipulación, chantaje, difamación, engaño, crítica, juicio, menosprecio, etc.) y que en algunos casos pueden degenerar en violencia que provoca escándalos que desprestigian aún más la obra del Señor que el bando divisionista generalmente asume defender.

Las Escrituras enseñan claramente que las divisiones son usualmente provocadas por personas "sensuales" (o carnales) que no tienen el Espíritu (Jud 19) o no son guiadas por El (aunque generalmente aducen falsamente ser guiadas por El) porque el Espíritu no puede guiar a hacer algo que está en contra de la forma de ser de Dios. En Gal 5:20 las divisiones son incluídas en la lista de "obras de la carne" que nos descalifican para participar en el Reino de Dios. En Rom 16:17 se nos enseña a mirar (marcar o señalar) a los hermanos que causan divisiones y tropiezos (o escándalos) y que nos apartemos de ellos.

Por ser una obra engendrada directamente en la mente de satanás, la Biblia es tremendamente dura en el tratamiento de ella. Por ser una temible enfermedad espiritual "infecto-contagiosa", que contamina el alma y el espíritu y a otros (Heb 12.14-15), los hermanos infectados por este "virus" espiritual deben ser aislados (puestos en cuarentena) para que se avergüencen (2 Tes 3.14) y arrepientan. En Rom 16:18, Pablo también afirma que las personas que encabezan una división "no sirven al Señor Jesucristo, sino a sus vientres" (eso quiere decir que son motivados por intereses meramente personales (poder, económicos, envidia, reconocimiento, resentimiento, falta de perdón, etc.) y no por un auténtico amor al Señor Jesús, a Su Iglesia y a los hermanos (aun sus adeptos), porque si los amaran, jamás cometerían una acción semejante que va en detrimento de la obra de Dios en la tierra.

Las Escrituras nos muestran con claridad que, debido a la naturaleza destructiva de las divisiones, las personas que las encabezan y apoyan están en peligro de caer bajo juicio (los diez espías, Coré, Absalón, 1 Cor 3:16-17).

A la persona que "siembra discordia entre hermanos" (Prov 6:19) le espera un duro castigo (Prov 6:14-15). Cuando la división es el resultado de una rebelión en contra de la autoridad delegada o establecida por Dios entre Su pueblo, los resultados siempre son funestos para el culpable, o los culpables de ella (Prov 29.1, Rom 13.1-2).

En Num 12 se relata la rebelión de María y Aarón, hermanos de Moisés y ministros de Dios, en contra de Moisés, movidos quizás por la ambición o por un celo doctrinal excesivo que los hizo transgredir los principios de Dios respecto a la autoridad. Dios, que siempre es celoso por la honra de Sus siervos (Prov 30.10, Rom 14:4) y que siempre respalda sus dones y su llamado (Rom 11.29), tomó en sus manos el asunto. El resultado fue fatídico para María, la instigadora de este incidente, pues de la noche a la mañana resultó "leprosa como la nieve". Su pecado afectó a todo el pueblo de Dios, que tuvo que detener la marcha hacia la Tierra Prometida siete días en espera de que fuera curada y restaurada.

Al leer esta historia bíblica uno descubre que esta rebelión en contra de Moisés fue causada por la falta de "temor de Dios" en el corazón de Aarón y María (Num 12:8). El temor de Dios nos hace aborrecer (Prov 8.13) lo que Dios aborrece: el pecado (Prov 6:16-19) y entre ellos, el pecado de la rebelión y la división. El temor reverencial a Dios nos detiene o frena cuando nos sentimos tentados a transgredir una ley divina (Exo 20.20).

La Biblia nos advierte que especialmente en los fines de los tiempos habrá divisiones en las iglesias (2 Ped 2:1), provocadas por personas que, no temiendo a Dios, seguirán la carne y se levantarán en contra de las autoridades espirituales establecidas por Dios (2 Ped 2.10).

Cuando una iglesia se divide, es posible que muchos hermanos "tiernos" en la fe sean duramente afectados, optando por irse a otras iglesias (pueden ser aquellas en donde estaban antes de conocer a Cristo) o regresar al mundo decepcionados. En tales casos, al instigador de la división le hubiera sido mejor que se "atase al cuello una piedra de molino y arrojarse al mar que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos" (Luc 17:1-2). Pecar contra ellos es pecar contra Cristo mismo (Mat 25.40, 1 Cor 8:12).

Por todas estas razones, los hermanos que se ven envueltos voluntaria o involuntariamente en un conato o amenaza de división deberían agotar todas las instancias y, en el amor de Dios, buscar a toda costa la reconciliación, aún sacrificando sus propios intereses con tal de proteger los intereses comunes de la congregación. Aunque en la iglesia existan graves problemas espirituales, doctrinales, morales, económicos, etc., con paciencia, cordura, humildad, amor y voluntad, la maoría de ellos pueden resolverse. Antes de tomar una fatídica determinación en tal "conjuración" deberían buscar a Dios en oración y ayuno para que el Señor les hable respecto a sus planes. Tristemente, rara vez lo hacen, apresurándose a tomar decisiones que tendrán consecuencias imprevisibles.

La Palabra de Dios nos exhorta a "guardar (preservar) la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz" (Efe 4:3) y "del amor" (Col 3:14). En obediencia al Señor y Su Palabra, si verdaderamente amamos al Señor, debemos hacer todo lo que está de nuestra parte por evitar vernos envueltos en una división, ya que esta es un atentado directo contra el Cuerpo de Cristo, "por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen" (1 Cor 11:27-30).

Luchemos, más bien, por promover el amor, la comprensión y la paz, contribuyendo en esta forma a mantener la Iglesia fuerte y unida en estos tiempos tan críticos que nos toca vivir antes del retorno de nuestro Señor Jesucristo.